miércoles, 19 de enero de 2011

¿Qué pasó ayer...?

Cogí mi mochila y salí de casa.
Anduve por las calles luminosas con el frescor matinal acariciando mis sienes doloridas. La primavera en efervescencia empapaba a las gentes que sonreían felices mientras iban a comprar el pan o acudían al bar de la esquina en busca de de un café y conversación.
Al llegar a la plaza vi a mi amigo Venancio que me esperaba sonriente, sentado sobre el respaldo de un banco como si de un adolescente litroneador se tratara.
Intercambiamos saludos y comentarios sin importancia antes de meternos en su Focus con dirección a su casa de la sierra.
Llegamos a media mañana tras pasarnos por el supermercado del pueblo y proveernos de cervezas, botellas de ron y demás. La casa era enorme. Era obviamente propiedad de los padres forraos de Venancio. Él, al igual que yo, se dedicaba a chupar del frasco sin dar palo al agua. Aquella coincidencia motivó que enseguida empezáramos a llevarnos bien cuando nos conocimos en aquel cursillo de carpintería metálica del INEM. A las dos semanas dejamos de asistir y nos dedicábamos a pasar los días en mi casa jugando al Pro, fumando y bebiendo.
Aquel día los padres de Venancio estaban de viaje en las Islas Fiji y teníamos su casa disponible. El salón estaba lleno de objetos extraños, como de arte moderno y tal. Me llamó la atención una especie de escultura de unos 30 centímetros de alto, hecha con tiras de metal retorcidas en un amasijo pesado e informe.
Nos pusimos a beber a mansalva. Cuando estaba anocheciendo estábamos tan borrachos que yo me quité la ropa y me lancé en pelotas a la piscina que tenían en el patio de atrás. Apenas comenzaba la primavera y aún no era tiempo de baños nocturnos así que cuando salí de la piscina casi me da una lipotimia.
Venancio se estaba partiendo la polla mientras se burlaba ostensiblemente del tamaño de mi pene, reducido al máximo debido al frío. Parecía fuera de sí, tenía la cara descompuesta, con los ojos saliéndose de sus órbitas y emitiendo aquel terrible sonido, aquella carcajada grotesca. Provocó que perdiera por completo los estribos, me metí en la casa todavía en pelotas y agarré la escultura amorfa de metal, que pesaba lo suyo, llegué al borde de la piscina donde Venancio seguía descojonándose, a punto de darle un ataque. Me abalancé hacia él y le aticé con el cacharro en la cabeza con todas mis fuerzas. El cuerpo de Venancio cayó en la piscina cuyas aguas comenzaron a teñirse de rojo con la sangre que emanaba a borbotones de su cabeza.
Estaba muerto, ya no había marcha atrás. Me vestí como pude entre el miedo, el frío y la borrachera, cogí el Focus y me largué del pueblo, llegué a mi casa y me acosté, exhausto.
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Es de día, abro los ojos. Estoy en mi cama, vestido. El dolor de la resaca es insoportable. ¿Qué pasó ayer...?

1 comentario:

CobolFreak dijo...

ok, recuerdame que no vuelva a dormir en la misma casa que tu.

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